Visitas sin avisar
Luis Rafael Sánchez
Escritor puertorriqueño
1.
Hubo una vez cuando la visita sin avisar de algún oficial del FBI era un “honor” reservado a los independentistas. Con preferencia, la visita ocurría durante la sombra penúltima de la madrugada o cuando la noche terminaba de fraguar. Es decir, cuando el alba reventaba o la noche se partía en dos gajos enormes.
Las horas apartadas para la visita resultaban alarmantes de por sí. De ahí que los perros denunciaran la intrusión en la casa ajena y el desasosiego planeara sobre el vecindario, como ave del peor agüero. La visita implicaba el principio de un acoso tenaz. Un acoso donde se mezclaban la nada sigilosa intimidación y el nada sigiloso descrédito.
Sobra decir que el susodicho “honor” afectaba las vidas del independentista y su familia para siempre. Los vecinos, con las excepciones que confirman la regla, subrayaban la frialdad en el trato y el saludo. Los vecinos, con las excepciones que confirman la regla, llegaban al veredicto condenatorio cuando todavía ondulaban los ladridos: no andará en buenos pasos si lo ronda el FBI. Los vecinos, con las excepciones que confirman la regla, empezaban a “ver” actos subversivos hasta en la sopa. En resumen, a partir de la visita a deshora del oficial del FBI, cuanto el visitado hiciera, tocara o rozara habría de macularlo la suspicacia ajena.
Los malos pasos de los independentistas, los pasos rondados por el FBI, podían variar. Pero, los semejaba la inclinación a endosar cuanto supusiera una esperanza de cambio a favor de los más y a protestar la toma de los senderos sociales insoportables.
Asistir a una marcha a favor de la independencia de Puerto Rico se catalogaba como un mal paso. También estampar la firma en un documento a favor de algún objetor de conciencia. También apreciar, en mayor o menor grado, alguna revolución promisoria en su periodo de arranque como la cubana y la sandinista. También despreciar las dictaduras militares que operaban y oprimían con el aval feliz de los Estados Unidos de Norteamérica. También servir de carne de cañón a las fuerzas armadas estadounidenses.
Bien visto y resumidamente, los tales malos pasos consistían en atreverse a opinar a plena luz del día y sin culipandear. Una opinión concerniente, en la mayoría de los casos, a la decencia elemental más que a la política en su limitada dimensión partidista. Y a la exigencia de justicia y libertad más que a la militancia acrítica en las Santas Iglesias de la Derecha Extrema o la Izquierda Extrema: hermanas gemelas como lo reafirman sus muy recientes delincuencias en la base de Guantánamo bushista y en la jungla colombiana diz que liberacionista.
2.
Algún historiador de las sensibilidades debería investigar los efectos devastadores de la nada sigilosa intimidación y el nada sigiloso descrédito en las filas del independentismo borincano. Y anejar una meditación sobre los autoexilios interiores y los asentamientos en el extranjero, incluidas las tierras norteamericanas, de muchos independentistas. Pues si algunos optaron por convertirse en seres de lejanía, otros optaron por irse de la patria, esa geografía que hoy unos pocos tachan de anacrónica e inútil, aun cuando otros son capaces de ofrendar su vida por ella.
Causa amargura reconocer que a muchos puertorriqueños se les hace imposible vivir aquí por el hecho de creer en la independencia. Causa amargura reconocer la general frialdad que saluda a aquellas intimidaciones y aquellos descréditos, aquellos exilios interiores y aquellas mudanzas, aquellos asesinatos civiles de tantos sueños y proyectos. Más amargura causa darse cuenta de que a los dos partidos mayoritarios, el Popular Democrático y el Nuevo Progresista les pareció y les parece natural y beneficioso aquel oprobio. Pues callaron y callan.
Como si se justificara ascender a delito la afinidad con el ideal independentista. Como si dicha afinidad mereciera perseguirse, castigarse, borrar su posibilidad legítima.
3.
Las visitas sin avisar de algún oficial del FBI, hasta ayer un “honor” reservado a los independentistas, se han popularizado y democratizado de repente. Sin lugar a dudas las mismas presagian un acoso paulatino, que acabará mezclando la nada sigilosa intimidación y el nada sigiloso descrédito. No es cosa de desentenderse o de soltar un rencoroso “Que se jodan los populares”. Sólo un cerebro lastimado por el cainismo se alegra del abuso de poder y arrogancia implícito en tan descabelladas visitas. Unas visitas que, por atentatorias a la dignidad intrínseca del país, merecen el rechazo unánime.
fuente
www.endi.com
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