martes, marzo 21, 2017

fragmento Mariposas negras y denuncia contra el abuso sexual en adolescentes Lcdo Ramírez de León, y Bosco Noriega

"[...]porque la literatura también retrata y denuncia a través del arte lo que viven demasiados adolescentes, en Mariposas Negras de la narradora Ana María Fuster Lavín se emplea un lenguaje que va de lo lírico a lo crudo para retratar los sentimientos de la adolescente víctima y lo duro realista para gritar lo que tantos pretenden silenciar. El octavo capítulo, de la parte II de la novela de fuster lavín es un buen ejemplo del dolor-belleza-denuncia-grito en este libro [...]" Bosco Noriega, fotógrafo puertorriqueño


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                 Mariposas negras
 
II.
Las alas de la noche
Capítulo 8
Todos nos respiramos. Los unos a los otros. Nos escupimos y hasta nos estornudamos a cada rato y no nos damos cuenta de que entran pequeños pedacitos de otros en nuestro cuerpo. Camino y respiro a los que vienen y van. Me lleno de recuerdos ajenos y me libero de los míos. Sigo mi camino y espero a que me inhale algún turista y me lleve lejos, de regreso a su tierra, a otra ciudad, a otro país.
 Llego al Puente Dos Hermanos. El silencio fue mi único hermano en las tardes de la infancia. Laura tiene a Lucas y con él de seguro no se le olvidarán las capitales del mundo. Tampoco tendrá vacíos en ese rincón de las noches cuando necesitamos una sonrisa confidente. Aquí estoy, conmigo. Recuerdo aquella vez que mami quedó embarazada de un ex. Lloraba tanto. Supongo que de miedo al principio; luego de alegría (yo estaba feliz con la idea); al final ambas lloramos de despedidas. Creo que ella también deseaba darme ese hermanito. Este silencio a veces se colma de gritos torturados.
Respiro profundo los susurros del salitre. Me siento en el borde del murito cercano al paso de peatones. Abajo está la playa. Mis piernas cuelgan. Ojalá pudiesen llegar al mar, sentir el agua en mis pies. La luna llena y el rugido de las olas alivian mi asco, mi dolor, las lágrimas, recuerdo esos horribles monstruos Sin Ojos; me digo que no tengo de qué preocuparme, que ellos solo habitan en las pesadillas. Pasan los carros y el coro de los demás, el reguetón, la salsa, el rock, los ringtones. Ya no odio a mamá. Nunca la he odiado. En estos momentos, estará dormida, borracha y mañana ni recordará lo que me dijo. Encontrará otro trabajo pronto. No suele estar sin trabajar más de una semana. Siempre hay mugre que otros están dispuestos a pagar para no tener que bregar con ella. Siempre es conveniente que otros recojan nuestra mierda.
Hoy Laura se fue de la escuela más temprano de lo usual. No le importa tanto que su papá esté reportado desaparecido; le preocupa su hermanito. Me dijo algo de un pálpito que tiene sobre Lucas. No la acompañé a casa aunque hubiese querido. Los últimos meses he preferido mantener distancia con sus padres. Su padre actúa como si no se acordara de todas las veces que me quiso hacer mujer en sexto y séptimo grado, y que, en efecto, lo cumplió comenzando en octavo grado. ¿Dónde se habrá metido ese hombre?
La última vez que me tocó fue aquel día que llegué a visitar a Laura sin avisarle primero. Ella había salido con su mamá y hermano a pasar el día con los abuelos en Cayey. Cuando llegué, su papá me abrió la puerta.
—Entra, Mariana.
—Vine por Laura. Vamos a estudiar juntas.
—Ay, no te dije. Ellos están en Cayey. Ven, te invito a merendar. Estás tan hermosa, que sería una pena dejarte ir.
—No quiero molestar —dije y me di la vuelta para irme, pero él me tomó la mano y me llevó hasta la cocina.
—Disculpa, hermosa. No te incomodes, esa faldita de cuadros te queda… Sabes, mi mujer usaba una así el día que la conocí. Ella estaba en tercer año, yo en segundo de universidad. No tenía tus caderas redondas, pero era divertida. Viajábamos, teníamos cada clase de aventuras… Ahora, nada, ni me atiende como hombre. Solo le importa el dinero y las tiendas. Tú sí sabrías atender a un hombre. Mamita, qué bella estás.
—Yo… —empecé a decir, pero no terminé. Él
puso un dedo sobre mis labios, para silenciarme con
una coquetería que me desconcertó.
—Lo que quiero es tener con quien hablar. Voy a atenderte como a una diosa. Imagino que tienes hambre, mucha hambre. Y no te imaginas cuánta tengo yo.
La verdad es que tenía hambre y la picadera me parecía de lujo. Llegué hasta a pensar que el pobre hombre solo se sentía solo. Me sirvió una copa de vino, me ofreció un plato con quesitos, aceitunas rellenas, unos pastelillos de salmón. Comentó que el vino es de no sé qué viñedo francés; que una chica guapa como yo debe degustar las cosas buenas de la vida. Halagó mi cabello, me soltó la coleta, me lo peinó hacia atrás y separó dos mechones largos sobre mis pechos, jugando con las puntas del cabello. En algún momento, me rozó los pechos. No le presté demasiada atención a sus historias de la juventud. Hay cosas tan ricas que jamás pensé probar; otras tan malas que nunca hubiese querido comer.
 
Ese día cumplió su promesa: me hizo mujer. Acababa de cumplir trece años. Después de dos o tres copas de vino, me llevó a la habitación que usa como despacho. Casi voy patinando por el pasillo, como si el pasillo tuviera una marejada. Llegamos al sofá. Tenía la vista nublada, pero observé esa sonrisa particular que ya le había conocido. Me quitó los zapatos y me masajeó los pies. Eso se sintió agradable, tan agradable que por poco no me daba cuenta del momento en que se acostó sobre mí para desabrocharme los botones de la blusa y el sostén. Con dedos y lengua, comenzó a jugarme con los pezones. Traté de empujarlo, pero a ese punto no tenía la fuerza suficiente. Escuché su risa como si viniera de tan adentro de su cuerpo que producía un eco. Me pasó la mano por la frente y me acomodó el cabello casi de forma paternal.
—No temas, es rico. Esto es lo que hacen los hombres cuando les gusta una mujer —dijo, y me quitó los pantis.
Traté de levantarme y me empujó de nuevo al sofá. En ese momento, miré el abanico de techo, que daba vueltas en cámara lenta, y levanté mis brazos para volar, pero había perdido mis alas. El hombre se bajó los pantalones y me mostró su pene duro.
—¿A qué soñabas con uno de estos? —Empezó a frotarlo frente a mi rostro. 
Me exigió que se lo chupara, pero me dio tanto asco que vomité. Me limpió, riéndose y diciéndome ñoñerías. Luego, pegó su cara a la mía. Olí su perfume de galán fundiéndose con un aliento amargo a vino y queso. Pasó su lengua por mi rostro y me obligó a agarrarle la erección. “Algún día lo disfrutarás más que a un caramelo”. Lo metió poco a poco entre mis muslos. Me volteó y me lo pasó por las nalgas, para que lo sintiera por atrás, pero no me penetró. Me palmeó las nalgas y volvió a girarme. Estaba mareándome. Vi las fotos de las paredes; en una, Lucas luce serio observando un gorrión; otra era una de Laura conmigo brincando la cuica; y otra era la foto de bodas de sus abuelos de Cayey. Justo en ese momento, sentí su pene entrando en mi vagina. Lo sacó y me lo mostró. Mientras, yo solo tenía tanto frío...
—Nuestro secreto, Marianita, disfruta. Voy suavecito. Qué rica estás… —Traté de soltarme, pero me aguantó fuerte por el pecho—. A que así te gusta, perrita, menea.
Estaba mareada y me dolía demasiado. Su pene entraba y salía; entraba y salía. Me impregnó de su sudor espeso y sus gemidos. Mientras me penetraba, pensé en Laura para no desmayar, casi logro sentir su aroma a perfume de lilas... Creía que nunca terminaría. El tiempo ha muerto. Laura… Lloré en silencio. Estaba muy débil. No sé si al final me desmayé o me dormí.
Abrí los ojos. Confundida, miré mi alrededor. Desafortunadamente, no había sido una pesadilla. Tenía unas nauseas horribles. Él ya no estaba conmigo, pero me dejo trancada allí, en la oficina del apartamento. Mi corazón estaba a punto de reventar.
¡Hasta que los demás llegaron! Escuché las voces de Laura cantando y de Lucas con sus capitales, pidiendo chocolatina. De seguro estaban en la cocina. Me vestí rápido. Me dolía todo y tenía algo de sangre entre los muslos. Agarré unos Kleenex y los puse en los pantis para no ensuciarme. Me escondí bajo el escritorio. Tenía tanto miedo de que me descubrieran que volví a vomitar en una pequeña papelera. Eché encima un periódico para ocultarlo. El ruido de mis latidos retumbaba. Alcancé un celular, pero estaba bloqueado con contraseña.
Ya casi era de madrugada, todos dormían. Yo también. Vuelvo a encontrarme en aquel callejón mi recuerdo más remoto de la infancia. Allí están los Sin Ojos, les grito para que finalmente acaben conmigo, pero pasan de largo sin reconocer mi presencia.
El papá de Laura entró a la oficina, me empujó suave los hombros y salimos en silencio al estacionamiento. Me llevó a casa. No le hablo por el camino. Él fumaba mientras tarareaba una canción de Reo Speedwagon. Me dijo al despedirse que todo había estado delicioso, que soy una mujer especial y que si llego a tener diez años más, se divorcia y se casa conmigo.
—No llores, Marianita. Yo te quiero. Me gustas mucho.
—Si me vuelve a tocar, se lo digo a Laura. Y si la toca, juro que lo mato.
—Tú no harías eso. Mira, lo nuestro un secreto muy lindo… Nunca lo olvidarás y yo tampoco.
—Tiene razón. Nunca lo olvidaremos.
Agarré un lápiz con punta que encontré en el asiento y se lo entierré en el muslo lo más fuerte que pude. Gritó de dolor, logró sacarse el lápiz enterrado y lo tiró por la ventana. No volvió a hablarme. Me separé de él lo más que pude. Estaba segura de que me iba a abofetear. No lo hizo. Solo se aguantó la herida con un pañuelo. Me di cuenta de que quería
decir algo, pero se quedó callado. Antes de bajarme del carro, le escupí la cara. Caminé a casa temblando y vomité de nuevo antes de llegar a la puerta. Eran las 5:30 de la madrugada cuando me acosté en la cama y lloré hasta quedarme dormida.
Ese día fue el mismo en que me bajó la menstruación por primera vez.
¿Y si pudiera volar? Dejar de sentir. Arrojarme de este puente y beber el aire mientras me voy perdiendo entre las olas, hasta ser salitre. Ser un poema, una noticia en los titulares del periódico sobre una suicida, una adolescente muerta, desconocida, convertida en mariposa negra.
 
O yo misma ser invisible."
 
Ana María Fuster Lavín, Mariposas negras, San Juan/Santo Domingo, Ed. Isla Negra, 2016, págs. 58-63
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Notas sobre el abuso sexual contra adolescentes, a propósito de Mariposas negras de Ana María Fuster Lavín
 
Mariposas negras(Ed. Isla Negra, 2016) de la escritora puertorriqueña Ana María Fuster Lavín nos obliga a visualizar y confrontar temas difíciles con los que lidian muchos jóvenes adolescentes en la actualidad, como la violencia de género y la sexual, así como abre un espacio para la discusión y comprensión de la orientación sexual. 
En particular, el abuso sexual contra los adolescentes es mucho más común de lo que se piensa.  Se da en todos los estratos sociales, y en casi todas las sociedades alrededor del mundo.  Incluso se ha dado entre Jefes de Estado y personajes poderosos. 
 
Sufrir violencia sexual durante la adolescencia es una de las experiencias más traumáticas y dolorosas que pueden vivir los jóvenes.  Las estadísticas demuestran que precisamente la adolescencia es la edad de mayor riesgo.  De acuerdo con el Departamento de Salud, la violencia sexual es un problema de salud pública que afecta física, emocional y socialmente la salud integral de la persona, su sistema de apoyo y su comunidad, a corto y a largo plazo.  
Las consecuencias en las víctimas son terribles.  Las secuelas de salud física, condiciones de salud mental, ausentismo, disminución de productividad y costo social de la violencia son de gran magnitud. Sin embargo es un problema prevenible mediante el aumento de factores de protección (educación, ofrecimiento de apoyo, promoción de recursos disponibles, investigación, capacitación y alianzas multisectoriales) y la disminución de factores de riesgo (inequidad de género, violencia familiar, problemas de salud mental y tolerancia social a la violencia). Por sus consecuencias e implicaciones en la salud física y mental de las víctimas, se estima que la agresión sexual es el crimen más costoso para el Estado. Aparte de las consecuencias físicas, tales como heridas, embarazos no deseados, enfermedades de transmisión sexual y disfunciones sexuales, en los jóvenes que han sido víctimas de agresión sexual permean condiciones de salud mental como depresión, miedos, baja autoestima, trastornos, estrés postraumático, e ideas autodestructivas, incluyendo el suicidio.  Esto puede tronchar y desfigurar la vida de muchas de las víctimas, y afectarlas hasta la adultez. 
En el 2014 la Policía de Puerto Rico informó un total de 1,718 querellas de agresión sexual (incluyendo los delitos de violación, sodomía, agresión sexual conyugal, actos lascivos e incesto). La mayor parte de las acusaciones son por actos lascivos, seguido de violación y violación técnica.  En el periodo de 2013-2014 las salas de emergencia de la isla reportaron haber atendido 757 casos de agresión sexual (86% de registros recibidos de toda la isla).  Aunque esta es una cantidad alarmante, el Departamento de Salud entiende que la violencia sexual es uno de los crímenes menos reportados, esto debido a la naturaleza de los hechos, las implicaciones y el estigma que tienen estos eventos.  
 
Veamos algunos datos que hacen que la violencia sexual contra los jóvenes sea una verdadera pesadilla.
 
·         La violación es un problema de la juventud porque la mayoría de las agresiones son contra niñas/os y adolescentes. En Puerto Rico, el 57.6% de los casos son de menores de 14 años.  
  • Puerto Rico ocupa la posición número 17 en las tasas de maltrato de menores al compararlo con otras jurisdicciones de Estados Unidos. 
  • Un 22% de las sobrevivientes son menores de 12 años. En Puerto Rico el 40.5% es menor de 13 años.  De hecho, en comparación con los otros grupos de edad, la tasa más alta de abuso sexual (6.6%) se observó en el grupo de 12 a 14 años de edad.
  • El 92% de los casos la víctima conocía a su agresor(a). Más de una tercera parte (35%) de la totalidad de los casos el agresor es un familiar de la víctima.
  • Para el año 2010 se reportó que en EE. UU. ocurrieron 1, 270,000 violaciones a mujeres.  El 42.2% son agredidas sexualmente antes de los 18 años.
  • La tasa de violencia sexual reportada en Puerto Rico por la Policía es de 56 víctimas por cada 100,000 habitantes. Es decir, cinco víctimas diarias.
  • Las heridas físicas no genitales ocurren aproximadamente en el 40% de las violaciones; el 3% requiere hospitalización.
  • Entre los síntomas a largo plazo en las sobrevivientes se ha identificado: dolor de cabeza crónico, fatiga, perturbación del sueño, desórdenes alimentarios, disfunción sexual, intentos suicidas y aumenta en el riesgo de uso de sustancias controladas.
  • Las sobrevivientes de agresión sexual conyugal o de violación en una cita, están más propensas a presentar cuadros de depresión, fobia social y otros problemas psicológicos hasta 15 años después de la agresión si no se le ofrecen servicios de ayuda.
Es importante la discusión de estos temas, de manera que nuestros jóvenes conozcan e internalicen que el abuso sexual y la violencia de género es inaceptable e incluso es un delito.  Y como abogado, es importante que nuestros jóvenes conozcan que no están solos, y que tienen remedios y herramientas legales para defenderse de los ataques sexuales.
 Por último, como lector, puedo decir que la nueva obra de la Ana María Fuster, aparte de mostrar su dominio en la narrativa del arte gótico urbano, es un gran thriller psicológico con un final inesperado, que nos invita a acariciar la esperanza, hasta resurgir en un nuevo presente, ese que aspiramos a crear a partir de la comprensión de nuestra humanidad.
 
Lcdo. José Luis Ramírez de León
abogado puertorriqueño

Mariposas negras, a la venta en librerías de Puerto Rico,
fusterlavin@gmail.com  o editor@islanegra.com
Isla Negra 787-763-0178

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