viernes, diciembre 14, 2018

La ausencia, la ausencia, la locura y la muerte por José H. Cáez-Romero

INVITACIÓN AL LIBRO
Al otro ladoel puente:
la ausencia, la distancia, la locura y la muerte

por José H. Cáez-Romero
poeta y profesor puertorriqueño


Por definición, los puentes son construcciones elaboradas con el propósito de sobrepasar los límites que imponen los accidentes geográficos. Son, sin lugar a dudas, símbolos del progreso humano. René Guénon hablaba de los arcoíris como puentes que mediaban con propósito la unión entre dos mundos, una forma muy poética para reflexionar sobre las transiciones: la vida y la muerte. Entonces los puentes representan el anhelo de conexión y traslado con lo que supone, en primer lugar, una distancia, un «otro lado» que no es en el que estamos, en el que vivimos o en el que sentimos. Pero qué tal si en el transcurso de ese puente, de ese nuevo camino que nos sorprende con su agilidad sobre lo imposible, el otro lado, la otra orilla no es la que queremos tampoco. El puente adquiere otros simbolismos, otras digresiones dentro de este poemario. El puente representa en algunos momentos un camino más para dejar atrás, y en otros, un obstáculo para lo que corresponde a esa distancia a la que queremos llegar. En Al otro lado, el puente, la escritora Ana María Fuster nos inserta en un magnífico viaje en el que el puente figura como metáfora de los anhelos propios, de lo que conlleva atreverse a vivir y caminar por espacios que no necesariamente son aquellos que pretendemos; esa vida y esa muerte: «el camino es encuentro/ puente cuerpos morir minutos/ todo es noche horizonte ciego…».
Aparece en este poemario, sin juegos y sin anticipación, la esperanza como la desesperanza. Figuran halos de luz, amaneceres que abrazan lo ámbar, que es la querencia para la poeta. Ese espacio en el que se resguardan todas las inseguridades para vivir en paz, en protección completa y complementaria. Es en este caminar en contraposición con el anuncio, cual pitonisa, de las pérdidas que se avecinan: «quizá mañana, / voz tú, sábila yo, / mariposas ambas/ la muerte sea vida/ de este poemamar de sombras» en el que la poeta transita su vida, en la que se traslada sin cesar por la ciudad, por el azul que desampara completamente la belleza dariana, hacia la muerte, hacia las sombras. Pero es que lo azul no es lo bello, sino la muerte. No hay escapatoria al dolor. En este rumbo, la poeta nos muestra que el dolor, los cambios y las permanencias no son eternas, son figuraciones, parte de nuestra existencia y no hay forma de evitarlas completamente.
En Al otro lado, el puente crecen en aciertos las voces que mutilan un espacio de vida para dejar atrás el resto, «atrás quedó el puente», y dar un nuevo abrazo a la nada, a la desesperanza, a la soledad. Hay que vivir como se debe vivir, «aprender a vivir desde la muerte», vivir lejos de las ataduras y de los prejuicios. Simplemente apelarse a los copulativos divisorios, «ser no siendo para ser todas». Y es que no hay una sola voz, no hay un solo camino, no somos seres independientes de nosotros mismos, sino que coexistimos con diferentes «yoes» que se acoplan a las circunstancias, que crean puentes para conectarse con la supervivencia. Son esos yoes los que, a veces, nombramos con común desacierto locura. ¿Pero no es acaso en la locura donde se gesta la genialidad?
Genio y duende. Locura y vida. Locura y muerte. Muerte y amor. Es la locura un gesto de enorme valentía en este poemario. Vemos que la misma se refleja en la construcción de los versos. Estos son accidentados, erráticos como vuelo de mariposas. La poeta es nombradora incansable de sustantivos que se aglomeran para acceder a otras experiencias, a otros sustratos de la conciencia, de esos yoes, otra vez, que usualmente tememos mostrar.
Es Ana María una poeta maldita en el sentido más literario y literal de la palabra; en el acuse de vivencias y de la desnudez que, con honestidad, nos muestra su poesía. En este poemario no hay lugar para la mentira, no hay lugar para el desalojo de infantilismos que adolecen en el espíritu, no hay, en fin, lugar para idealizar la belleza y la vida. Hay momentos de felicidad y hay, de seguro, muchos más de sufrimiento o de dolor. ¿Cuál es la salvación entonces? ¿Qué es aquello entonces que nos hace cruzar, saltar, esperar un puente? Seamos testigos.

*prólogo del poemario de Ana María Fuster Lavín, "Al otro lado, el puente" (Ed. Isla Negra, 2018)

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